domingo, 15 de junio de 2014

Escrito en la arena


Con este encuentro playero anual hacemos nuestra particular exhibición de la palabra escrita, a la que solemos caracterizar de "poco visual", en cuanto exenta de coreografía, y con la que, sin embargo, podemos danzar el más hermoso baile de ilusiones y palabras compartidas.

Allí estuvimos todas las personas escritoras, todas... las que asistimos y las que no... porque ser nombrada también es una forma de estar

La  tarde-noche del viernes ha supuesto tremenda inyección de motivos para gustarme de seguir siendo asidua a la escritura. 
Agradezco, pues, sobremanera, la invitación.

El intercambio de libros con sus generosas donaciones, y finales felices al azar,  fue una estupenda propuesta que hizo Juan Carlos, nuestro profe, y que obtuvo seguimiento total y muchos aplausos.
Hasta la arena llegaron libros escritos, algunos, por las que, de las allí presentes, ya ven la luz editorial. 
Libros amados, manoseados o nuevos, unos, nudistas o envueltos, otros. Pilar II, se llevó dos; Pilar I, solo uno. Susana, Covadonga y su amiga llegaron tarde y entre ellas hicieron su intercambio.

Antes de buscar a mi donante para que me dedicara unas letras - me tocó "El salón de ámbar", de Matilde Asensi - quise hallar a mi destinataria para contarle por qué yo había llevado "Cabaret místico", de Alejandro Jodorowsky, y no otro. Resultó un intercambio in situ: Mar y yo, ambas dos, fuimos destinataria y donante... la una de la otra.

Bocateamos, reímos... y sí, nos fuimos rotando en conversaciones de a dos, de a tres, de a cuatro, mientras la luna cercana y roja se iba asomando para acompañarnos en la despedida.

Ningún mar de dudas, ninguno.
Inmenso placer de encuentro y reencuentro.
Mi gratitud. (Nos) seguimos escribiendo!


lunes, 25 de noviembre de 2013

"Soñé en hablarle de su pelo y ser la brisa"

PERSONAJES EN LIMPIO
Robe al tercer día          


   MANUEL JABOIS
   Actualizado: 24/11/2013 14:14 horas

En 1988 tres eximios españoles recibieron una carta: la Reina, el presidente González y el alcalde madrileño Juan Barranco. En ella se pedía cortésmente 1.000 pesetas para pagarle una maqueta a un grupo de música. A cambio se le entregaba un boleto que hacía de resguardo: "Disco de Extremoduro. Vale por un ejemplar. Recibí". A la lista se le añadió a última hora el ministro de Defensa, Narcís Serra, pues en aquellos días se supo que había pagado un piano para el ministerio con dinero público. Sólo contestó la Reina. "La Casa Real", decía la nota sellada por Zarzuela, "no es un hospicio para músicos". El que estaba detrás de la nota era un tío que en aquel trabajo firmaba cuatro himnos de siete: Decidí, La hoguera, Extremaydura y Jesucristo García. Con las dos últimas la banda debutó en TVE, pero el segundo tema fue censurado: Salo, el bajista ataviado con tricornio, terminaba disparándole en la nuca al cantante, que con melena y barbas iba vestido de túnica blanca y collar de perro haciendo las veces de corona de espinas. "La Guardia Civil asesinando a Jesucristo, ahí es nada", escribe Javier Menéndez-Flores, que ha publicado este año De Profundis, la historia autorizada (Grijalbo), autopsia de Extremoduro, una banda ni viva ni muerta, insólita en su permanente resurrección y pendiente de la fragilidad poética del genio de la lámpara: Robe Iniesta.

Los españoles ilustres se quedaron sin la primera copia de rock transgresivo, la etiqueta que se hizo colgar Extremoduro desde el inicio acaso como pararrayos de carteles en los que mover la lírica quebrada, rasposa y guitarrera de Robe. Peor para ellos, que no pudieron asistir a uno de esos pequeños milagros que de vez en cuando se dan en la música española: la irrupción de algo nuevo y verdadero, hasta sucio y bellamente extraño, autentificado desde el inicio como si la denominación de origen, más que un gigantesco Big-Bang entre Leño, Barón Rojo, Manolo Chinato, Lole y Manuel, Platero y tú y Antonio Machado, fuese un ejercicio natural de su creador, un movimiento de ópera dirigido a arruinar imperios, empezando por el suyo. Todo muy detrás de la Movida, de la que nada eran, dando pasos de formación tras la explosión de talento y los pelos verdes; fue a hurtadillas, desde una Plasencia tan mutilada sentimentalmente ("un sitio para gente mayor, un lugar desfasado, de pensamiento retrógrado") que dice mucho el que se le reciba como a un dios pródigo bajo sospecha del poder y amantísima estrella de sus vecinos.

El libro de Menéndez-Flores es ideal para vísperas de Robe como las actuales, acuciadas por la piratería, y desmonta el cancionario del grupo detectando aquí y allá influencias, vástagos y padres. Pero hay un aspecto, el de la canción que empieza "Soñar despierto con la luz de su sonrisa / soñé en hablarle de su pelo y ser la brisa", que me parece fundamental. El tema se titula, como no podía ser de otra forma, Hoy te la meto hasta las orejas. Y en ese supuesto contraste, que no es más que una deliciosa continuación rítmica, casi la vida abriéndose paso entre las flores, se adivina el mecano de Extremoduro: la verdad. Dice Robe que las canciones tienen que llegar a él, que tiene que vivirlas antes; que se muera su perro, que pase algo. A Extremoduro te lo crees porque intuyes que todo eso no es más que la continuación radiada de su biografía, la subversión casi apocalíptica de cantarlo todo sin atender a protagonistas quisquillosos y pudores tremendistas de los que asaltan a los escritores en su vejez, que de buena gana dejarían sus memorias a modo de testimonio postmorten como ese programa de televisión en el que resucitan un rato sin lugar a réplica.

La verdad pienso yo que no debe estudiarse ni interpretarse, sólo asumirse. La verdad no necesita de la mentira para serlo, pero una mentira siempre exige una verdad detrás: la diferencia básica entre ambas es la dependencia de la mentira de la verdad, y la independencia de la verdad de la mentira. Llevo dándole vueltas a esto desde el discurso de Vargas Llosa el miércoles en EL MUNDO y su referencia a la "verdad sospechosa", título de un artículo que había leído hace poco en El País sobre Sendero Luminoso y Perú. Pero en EL MUNDO -sin papeles, a pelo y con la hermosa cabeza intacta, en furiosa demostración de Nobel- Vargas lo llevó a otro terreno, el periodístico: "La verdad y la mentira tienen unas fronteras escurridizas y confusas, eso nos lleva muchas veces a pensar en verdades sospechosas y en mentiras sospechosas, es decir, en verdades que podrían ser mentiras y en mentiras que podrían ser verdades". Esa difuminación voluntaria a veces, para desesperación de los lectores, la pensaba horas después en casa escuchando a Extremoduro, y con la misma asociación legítima que la banda hace del romanticismo y el sexo anal o el lánguido paso del tiempo viendo crecer los pelos de los huevos en lugar de la verdísima hierba, llevé el trasiego filosófico a las letras de las canciones, a los mensajes a veces periféricos y otros viscerales que Robe, a grito y en susurro, lleva haciéndome media vida con la misma voluntad malvada con la que Bono se acerca a Patrick Bateman a decirle desde el escenario en medio de un concierto: "Soy el diablo y soy exactamente igual que tú".

El libro, material inflamable para mitómanos, expone la teoría sin profundizar en ella. Pero todo lo que canta Extremoduro es producto de una creencia arraigada no sólo en lo que pasó sino en lo que va a pasar. Para eso hay que tener una voz propia poderosa como la que tenía Umbral, al que le preguntaba Antonio Lucas cómo hacía para vivir al mismo tiempo que tecleaba: "Había un momento de la noche, antes de que empezasen a pasar cosas, que yo ya estaba en casa escribiéndolas". Ni siquiera hacía falta que ocurriesen o que a Robe Iniesta se le muriese un perro: era ya como si hubiese sucedido. Si no es la biografía de Extremoduro es la de otro, pero el dardo siempre cae en la diana. Dostoievski es verdad, Balzac es verdad. Federico García Lorca es verdad. Valle (el Valle de Femeninas y Sonatas, el Valle de las Comedias Bárbaras) es mentira ya desde la primera línea, pero una primera línea tan bella que da igual no creérsela, porque uno se va entregando al veneno de la forma hasta considerar ésta como una manera lógica de verdad; Valle decía que las mentiras eran las otras verdades, por eso puso a Bradomín a excitarse con una mujer vistiéndose.

Extremoduro es verdad porque lo que cuenta soporta y desborda unfact cheking (nunca hay suficientes camellos ni suficiente poesía en la calle, donde hacen acopio los listos) y Alejandro Sanz es mentira porque no puede ser que en esta vida te estén partiendo el corazón doscientas canciones y tengas seiscientos amores eternos, casi uno cada semana, sin querer romperle la cabeza a alguien, entregarle tu corazón a un buitre de Monfragüe o salir a meterte mil rayas, hablar con la gente y joder qué guarrada sin ti. No puede ser, no es creíble. Como tampoco, francamente, gritar "vuelo hasta una mancha en la pared / me vuelvo ajeno a todo / y me sobran hasta mis propios pies" sin lamentar unas estrofas más allá "la vida desperdiciada, tanta lefa para nada". O recitar unos versos cursis sin que se te escape en algún momento "yo me pongo palote sólo con que me toque"; y en fin, ser de un lugar y no cagarse en él (¡tantos con el "amo a mi país" en la boca!); sin que revientes y digas, como Robe, "cagó Dios en Cáceres y en Badajoz" en el Extremaydura que Lorenzo Silva propone, como cualquier hombre de bien, de himno de la tierra, incluso de manera institucional para que suene en las cumbres políticas cacereñas con el alcalde en posición de firme.

Luego está la leyenda magnética de Robe, sus felicidades privadas y aquel deambular suyo abriéndose paso hasta llenar salas sin que la prensa -"verdad sospechosa"- les hiciese caso, de ahí su carrera huidiza alejado de entrevistas, ermitaño de titulares, permitiendo que sea el pasado que hable por él. Lino Portela en la Rolling Stone lo captura en una entrevista con Mariskal Romero.
-¿Qué tal te tratan los extremeños?
-Son unos gilipollas.
-Habéis tocado en Galicia...
-Otros gilipollas.
Y así varias veces hasta que Mariskal le tiró el micrófono:
-Robe, tú sí que eres un gilipollas.
Menéndez-Flores recuerda los séculos escuros, cuando no se sabía si se podría dar el concierto hasta el último momento; con Robe olvidándose las letras de las canciones o terminando desnudo, entregado como en la portada, más recatada, de Yo, minoría absolutaLos noventa fueron en cierta manera el after de los ochenta, el lugar en el que se fueron depositando los que no querían terminar aún y los que iban llegando jóvenes y extraviados. Robe aprovechó la década para explotar con Agila, que lo hizo famoso y desconfiado, pero nunca en doma. Al éxito comercial le sucedió el potentísimo Canciones Prohibidas, que en el título llevaba el pecado y nada de pose; seguían siendo el fascinante hombre del saco para esos productores que temían que sus conciertos terminasen con la policía deteniendo a Robe como a Jim Morrison. La primera visita del capo de Dro, sin embargo, se saldó con sorpresa; el mítico público de Extremoduro ya la estaba liando en la puerta y, cuando suponía que al entrar empezarían a tirar sillas al escenario, se ordenaban de golpe ("ambiente superfino") y seguían religiosamente a Robe medio desnudo y en faldas, transmutado en deidad.

Viene esto a cuento porque Extremoduro saca disco (Para todos los públicos), que fue pirateado por un mozo de almacén al que hay que reprochar más que el pirateo el hecho de no ser fan y hacerlo por dinero. El acto de piratear, con ser delito, es al fondo de todo un acto de amor: una manera de decirle al artista que lo amas hasta delinquir por él y empobrecerlo para compartir el secreto de su disco tan rápido como Dominguín escapando de Ava. ¡Qué envidia las calles de Bogotá llenas de manteros con copias de Memorias de mis putas tristes mientras en España traficábamos con Operación Triunfo! Esa pasión absoluta se parece a la de Chapman con Lennon, al que quería tanto que lo mató; así los piratas con sus ídolos. Mientras, Extremoduro, aparcados en el norte, repican aquello magnífico de Robe a Lorenzo Silva cuando de repente, tras abrirse paso con un camino tan personal que se diría imposible haber durado dos meses, les llegó el éxito con la misma prisa que el muchacho del butano: "Ahora quieren saber de qué color meo o con qué mano me la meneo, y antes pasaban de mí, pero soy el mismo. ¿Qué es lo que me ha pasado a mí con el éxito? Más bien que es lo que les ha pasado a ellos, que son los que han cambiado".

Durante tres meses de mi vida sólo escuché La ley innata, disco cumbre de la carrera que se inauguró en Madrid en 1990 justo debajo de donde escribo (si rompo el suelo y estiro la mano aún podría levantar al último melenas que queda por salir de Jácara cuando Robe cantó "tú en tu casa / nosotros en la hoguera"); no me refiero a escuchar música, sino en general: ni al médico con sus diagnósticos, que siempre son verdades sospechosas. Sólo hacía caso a Robe y hasta me zambullía con él, a través de esa letra que denuncia el bloqueo mental ("como quieres que escriba una canción / si a tu lado no hay reivindicación"), en las antiguas zapói, relatadas por Carrere a propósito de su Limónov: curdas exageradas en el tiempo en las que subir a trenes que no se sabe a dónde van, confiar los secretos más íntimos a desconocidos casuales y olvidar, siempre, todo lo dicho y hecho a los tres días, que es el plazo administrativo que da el Estado para resucitar. Menuda vida se perdió la Reina por no gastar 40 duros.



martes, 27 de agosto de 2013

Para cuánto da una sopa


   

    Hacía frío ese día. Lucía había dejado preparada la noche anterior una sencilla sopa que calentó para la comida. Con calma colocó sobre el viejo baúl que usaba como mesa, los cubiertos, un vaso con agua y un trozo de pan; en el centro, el humeante plato con olores a cocina casera. Hacía cuatro años que Lucía vivía en aquella casa de dimensiones pequeñas, donde sofás, mesillas  y repisas se acercaban, se rozaban compartiendo formas y texturas. A veces cambiaba de lugar los muebles, intentaba encontrar espacios imposibles, paredes aprovechables, funcionales rincones de varios usos; sólo el baúl de madera oscura era inamovible, ocupaba el sitio perfecto. Se sentó frente a él y encendió entonces el televisor. Se arropó bajo su bata verde y sintió cómo el tejido aterciopelado acariciaba su cuerpo, luego frotó las palmas de sus manos buscando entrar en calor. Se dispuso a comer, descansando ya tras el trabajo. En la pantalla se sucedían desastres de terribles consecuencias y se acordaba de Constance, espiritual y filosófica, que por nada del mundo comía mientras veía noticias; salvaguardaba el alimento de energías dañinas y su ser entero de agudas dentelladas de mentira o de guerra, tsunamis devastadores, irreversibles. Constance había sido su amor durante diez años y Lucía tenía muchos días marcados por recuerdos junto a ella.

    Lucía miraba distraída el televisor; cuando algo llamaba en especial su atención, comentaba consigo misma cavilaciones y conjeturas sobre una forma particular de ver y de contar las cosas. Otras veces bajaba la vista y el volumen. Continuaba comiendo lentamente. No esperaba algo distinto: una rabiosa actualidad precedía la sección de moda, el gran regocijo en el fútbol y un abandono final del ser con el parte meteorológico. 
Le gustaba de forma particular la sección del tiempo con sus mapas de fondo y la mujer de melena grácil que la embelesaba; este espacio tenía el don de provocarle la absorción mental y el viaje astral. Cuando la mujer aparecía, Lucía fantaseaba, por proximidad no más, con el avance que pronosticaba buen clima para el cielo que la arropaba, incubando el deseo de ver soles perennes sobre la fría llanura que habitaba. Del extremo más alejado del mapa hasta el punto en que Lucía se encontraba, había un tramo extenso que la mujer del tiempo recorría tranquilamente, y un amplio vocabulario que embebía a Lucía; una atmósfera que abundaba en gestos, signos, señales, gráficos comparativos y numerosos hectopascales que la intrigaban. 
Lucía se quedaba siempre a medio camino. Iniciaba una andadura por aconteceres próximos y lejanos y se dejaba llevar; alzaba el vuelo hasta donde la llevaba cada pensamiento. Cuando amerizaba, la mujer del tiempo ya terminaba su intervención. Cada día le ocurría lo mismo. Volaba lejos sin lograr escuchar el pronóstico esperado.

    Sorbía la sopa mientras trataba de digerir el resto seccionado de un telediario que contaba de artefactos, desgracias, gases tóxicos, oleadas de protestas, porcentajes, mención decorosa al día internacional que se conmemoraba, estafas, estampas y hasta trajes de comunión. Ciclones, riadas, turbulencias, maremotos, planes de emergencia, leyes, trampas, juicios, suicidios, sentencias, suposiciones… y nada de publicidad evidente. Seguía acordándose de Constance y de su enfrentamiento a la vida desde la paz. El caldo le pareció de pronto amargo y creyó que el sabor vendría de la tristeza de las tragedias, de los llantos entre sinrazones, de la humillación, de la impotencia, de la derrota y del cansancio. 
La sopa se iba templando y en la pantalla del televisor apareció un atractivo fondo azul y un subtítulo a modo de resumen: «El Norte no siempre es el mismo Norte». Lucía, interesada, subió el volumen. La locutora del telediario, con chaqueta correcta, mirada gélida y voz intemporal, dijo:
    —A dos de las cuatro pistas del aeropuerto de Madrid Barajas se les ha cambiado el nombre y esto no es algo muy usual; la última vez que ocurrió fue hace veinte años. La modificación depende del cambio del norte magnético Y continuó— Aunque la brújula siempre indica dónde está el Norte, el Norte no siempre está en el mismo sitio, varía según el lugar del planeta donde estemos y depende también de los cambios en los flujos de la tierra y del paso del tiempo.

    ¡El Norte cambiaba! se asombró. ¡Ese punto crucial de referencia! Parecía ser un dato imperceptible, pero de gran importancia para el personal de aeronáutica en las pistas de aterrizaje, habían dicho.
    Lucía comenzó a reír a carcajadas. Le habría gustado estar en ese momento junto a sus alumnas de la clase de la mañana, donde ella había hablado de la percepción y de la relatividad de las cosas con un resultado nada previsto. Había decidido comenzar la exposición con argumentos sobre el yin y el yang mostrando cómo todo es relativo y nada es absoluto. Más tarde, para ilustrar el tema, recurrió a otro ejemplo. En la pizarra dibujó con trazos inexpertos un mapa. Mientras extendía con tiza las costas sinuosas, a su espalda se inició un murmullo que derivó en risas; frente a ella, en el extenso pizarrón, se mostraba una península apenas reconocible, un mar Mediterráneo semejante a un golfo caribeño y un estrecho que se clavaba en la costa del continente vecino como un arpón afilado.
    —¡¿Eso es Cádiz?! ¡Ha unido Ceuta con Gibraltar! —dijo una.
    —¡Te has comido el Levante! —exclamó otra.
    Lucía era incapaz de orientarse, confundía los puntos cardinales y el hecho de interpretar un plano se convertía en un terrible suceso donde todo perdía objetividad. Era un auténtico desastre en este sentido. ¿Por qué se había metido ella en un terreno tan inseguro? Recordó aquel viaje a Tenerife, en el que esperó la salida del sol desde la balconada del hotel que daba al oeste, ejemplo elocuente de su poca, casi nula, orientación espacial.
    Mientras, las alumnas continuaban con el jocoso debate, alborotadas con las similitudes y diferencias entre conceptos como «enfrente» y «delante», sin llegar a una conclusión satisfactoria. La ejemplar disertación sobre la relatividad de las cosas había dado lugar a múltiples divagaciones.

    Lucía seguía riendo, ahora más serenamente, frente al baúl, frente a su plato. Decidió que añadiría esta noticia en la próxima clase como final de un capítulo cargado de anécdotas. Recordó entonces aquelo que demostró Einstein, que es imposible hallar un sistema de referencia absoluto y que todo movimiento es relativo.
    Recuperó entre sus dedos la cuchara apartada y asintió con la cabeza en su propio pensamiento: «Todo cambia, hasta el Norte». Miró otra vez hacia delante y, para entonces, la mujer del tiempo ya estaba presente. Oyó que habría presencia de mar de fondo; un oleaje que se propagaba más allá de la zona donde se había generado, con olas de crestas suaves y rompientes en las costas. El viento presente en los litorales no tenía que ver con su origen, el causante era el viento que soplaba mar adentro.

    Lucía comenzó a sentir un olor característico a salitre, a pescado fresco. Sorbió otra cucharada de sopa y la encontró muy salada. Miró su plato y creyó estar soñando. El caldo se había teñido de azul marino, pequeñas olas crecían dibujando puntillas de espuma blanca, invadiendo, con la voluntad de las mareas, la oscura superficie del viejo baúl. Por la estrecha ventana un rayo de sol iluminaba cálidamente la habitación y a lo lejos, cada vez más cerca, se escuchaba el áspero graznar de las gaviotas grises.



Relato con el que participé para la edición del libro "Mare Imbrium, Mar de la Lluvia"
Taller de Escritura Creativa "Alicante Cultura 2013"

viernes, 29 de marzo de 2013

Qué decir sobre las comas...


Qué decir sobre las comas…
Tengo una impresión, y es una impresión profunda, de que abuso de las pausas – ¡qué cosas! – de las aclaraciones, de los silencios, de los paréntesis, de las largas listas, de las colas de palabras esperando turno...
De los puntos suspensivos también soy asidua; del punto y coma. Entre comillas cito lo citado, entre corchetes añado mi visión y mi versión.
Tengo una amiga querida que me dice a veces:
- “(…) porque yo sé cómo escribes…!  A ratos me detengo, abro bien los ojos y recapacito: Es el brote… de la rama del tronco del árbol que plantó el otro día, tres párrafos más arriba… aahah!”
- Es que la vida se cruza, le digo, y enreda los tiempos, las pausas, las causas, las hijas, las nietas, toda la descendencia hablada y escrita.
Cuando releo intento hacerlo con cierta distancia; me gusta este experimento, es curioso; como queriendo entenderme. Cuando escribo es casi siempre desde lo cercano (casi como salivando sobre el papel o sobre el teclado), desde la espontaneidad y el fuego natural de mis artificios (personajes y escenas ya esbozadas empequeñeciendo a todas las musas instantáneas).
Ahora salgo de un descanso en el horizonte y las olas juguetonas me pellizcan: “Anda…! Diles cómo es esto de tus comas, tus signos de ortografía… por los que mueres. 
Aquí estoy, pues, acordándome de aquel relato que escribí haciendo historias entre un punto y un asterisco. Otra rama, otro árbol, otro capítulo.


martes, 12 de marzo de 2013

Mi segundo lunes

Ayer, en mi segundo lunes del curso de "escritura creativa", aprendí sobre presentaciones, surrealismo, disciplina, centro, galería de personajes, redacción, uso del lenguaje, improvisación, escenas, nudos, tramas, fantasía, sugerentes ánimos para ir más lejos... y no sé cuántas cosas más. Una de entre ellas... llamó mucho mi atención: "Siempre ayuda más SABER A DÓNDE VAS".
Hay desenlaces imprevisibles, improvisados, verdaderas musas espontáneas de uno de los momentos más cruciales del relato.  Pero una siente a menudo que quiere asirse a algo... Y tal ver porque que antes no aprendí metódicamente, es que suelo irme por las ramas cuando no tengo raíces.
Certeza pura es, qué duda cabe! que conviene idear un final para bocetar los entresijos que irán aconteciendo. Independientemente de que ése sea, o no, el final-final... Que aquí también... todo se transforma.
Un grupo de veinte personas configuramos cada cual su historia en base a unos conceptos sondeados previamente. Tras el espacio-tiempo pertinente, al azar, un@ lee; al azar, otr@ comenta. El profesor nos orienta con pinceladas narrativas y sonrisas. ¡Dos horas de auténtico placer!
Éste fue mi ejercicio que comparto:
- Aquí nos sobra humedad, querida; hasta las ropas de la cama recién hecha están ya mojadas...
- Estás en el levante, no olvides. Y ya en esta ciudad de mar, estás en un barrio antiguo, oscuro... Eso también humedece. Porque llover-llover, no es que llueva mucho, cada vez menos. Por eso la percusión de las gotas sobre el tejado se parece al musical anhelo de lo que se está perdiendo.
¿Sabes cómo se canta al deseo?
- Es como tratar con la humedad, no temas. Se detecta, se le pasa un papel secante para imprimirlo con cuidado en la garganta, se sube una bien alto para ceñirlo y estrujarlo... y se escucha la sinfonía de los choques... goteando.
- Sigo creyendo que aquí hay demasiada humedad.
-Ya sabes... ¡Canta!


jueves, 28 de febrero de 2013

El primo 17

No hace mucho tiempo intentaba recordar la fábula del reparto de camellos.
Navegué un rato ayer por esas profundidades y encontré lo que buscaba en

       http://es.paperblog.com/la-recompensa-de-la-generosidad-803869/

Respuestas, al fin y al cabo... casi siempre andamos tras las respuestas.


La recompensa de la generosidad.

Publicado el 18 diciembre 2011 por Internautabipolar

Un día un viejo Sheij árabe murió. Aunque era el jefe de su tribu, no era un hombre rico. Toda su riqueza consistía en sus “barcos del desierto”, los camellos que poseía. Los camellos le habían dado alimento y leche, le habían transportado a través de las inmensidades de arena y, después, le habían proporcionado sus pieles, con las que podían hacer las tiendas.
El Sheij había tenido tres hijos y, ahora, tras su muerte, ellos serían los dueños de los camellos. Pero antes, tendrían que escuchar la lectura de las últimas voluntades del anciano para ver el modo en el cual el hombre había decidido repartir los camellos entre sus hijos.
Toda la familia se reunió en la tienda del anciano. Los tres hijos estaban preparados para escuchar a su tío, que era quien iba a leer las últimas voluntades de su hermano. El tío leyó en voz alta como habría que dividir el rebaño de camellos. El mayor de los hijos recibiría la mitad de los camellos, el segundo recibiría un tercio de ellos y el pequeño recibiría un noveno. El texto terminaba con estas palabras: “Todo lo que des con amor, volverá a ti”.
Los hijos ya sabían como quería el padre que se distribuyeran los camellos, pero no estaban seguros de cuántos camellos tenía el anciano, de modo que reunieron rápidamente el rebaño y los contaron. Había diecisiete camellos. ¿Qué decían las últimas voluntades de su padre sobre cómo había que repartirlos?

Camellos
                    Camellos

Entonces los tres hermanos decidieron acudir a su tío para ver si les podía ayudar. El tío pensó en revisar y volver a leer las últimas voluntades de su hermano… que terminaban con las palabras: “Todo lo que des con amor, volverá a ti”. ¿Qué significaba esto? Lo pensó larga y detenidamente. Al final una sonrisa le cruzó el rostro.
-Ya sé lo que tenemos que hacer-dijo el tío-.Os daré uno de mis camellos para sumarlo a los de vuestro padre. Eso resolverá el problema.

Tuareg
 Tuareg

De los dieciocho camellos el mayor se quedaría con nueve, 
el mediano con seis y el pequeño con dos.

“Todo lo que des con amor, volverá a ti”


martes, 19 de febrero de 2013

lunes, 18 de febrero de 2013

Un antes y un después (I)


De atrás para adelante, o de adelante para detrás... A salpicones. Puede ordenarse como cualquier desorden y en cualquier sentido, puede entenderse o no, puede olvidarse. Borrarse… jamás! Escrito queda. ¡Huella!

Sale de mí a borbotones como el vino que rebosó del tanque en ese impás de descuido… mientras mi primo, nos enseñaba la bodega de nuestro común abuelo. Una oleada de tinto espumeó haciendo orilla de encaje de burbujas llegando a nuestros pies y más allá.
   
*Cuando niña, mi madre, su peluquera y yo nos asomamos veloces por la ventana de la cocina tras estremecernos por el estallido… El ruido de la cerámica contra el metal de una de las portadas de la bodega nos sobrecogía al explotar una tinaja. Se superaba la oleada que presenciábamos anteayer; recorría el patio cuesta abajo el vino que andaba fermentando y en su transcurso asalvajado  se hacía un estrecho cauce que recorrió la mitad de la calle para colarse por el primer abismo que encontró a su paso... en la alcantarilla de la esquina. Oímos cómo mi prima (que merece un capítulo aparte) gritaba invitando al vecindario: “¡Sale vino de la bodega del tío Manolo…! ¡Vamos a llenar botellas…! Jajaja!”

Cuando el viernes le contaba esto a mi primo, dijo: “¡Ése, ése es el lugar que ocupaba la tinaja, la que estalló!”. Y a nuestros pies, efectivamente, se apreciaba el círculo grisáceo que encabezaba la hilera de aquel largo pasillo; escuché el susurro desde el suelo: “Aquí estuve y aquí exploté, mi niña” 

Casi al final del itinerario, nos regaló una botella de “Trebolé”. Sonriendo decía que tenía cuatro grados el afrutado caldo y que si no fuéramos abstemias nos “echaba un capote”, o lo que es lo mismo... otro vino de catorce. Digo “casi al final” porque mantuvimos en su despacho amplia y cordial conversa como despedida, sobre mil cosas de nuestras vidas en años pasados; dimos también un agradable paseo por el presente y un esperanzador vislumbre de los futuros.

En el sitio libre del redondo tablero que rodeábamos mientras charlábamos, una máquina de escribir relucía blanca y antigua, recuperada para cierta tarea de alguna ocasión… No era de tan lejos la herramienta... pero es que, ciertamente, a posteriori, el tiempo corre que vuela. Y esto, queridas mías, casi siempre es así.



miércoles, 23 de enero de 2013

Re-encuentro entre virtuales reales.

He tenido un sueño bueno.
Creo que ha sido con las candelas. Está difuminado como las llamitas de las velas.
Ayer las vi. La Peluca de Luca nos re-encontró en la sala Miguel Hernández de la SEU de Alicante y reí como hacía tiempo no había reído: Acalorada y satisfecha, con mariposas en el estómago nos pusimos al día de los días y los años pasados; y lo que me conmovió es que soñamos proyectos, sembramos semillas, pensamos quedadas, hicimos cómico el desempleo y nos reinventamos profesiones... Un alterne entre propósitos y más propósitos, miradas amorosas, remember de fiestas de antaño, presentaciones de amigas y amigos reales y virtuales.
La Peluca de Luca, un proyecto co-educativo que encontré colgado en la red, y al que seguía en la misma, tomaba tierra para presentar en carne y hueso las intenciones y las virtudes de un comienzo entre simpatías; un entrañable diseño de educa-acción general (de género), intergeneracional (entre géneros y entre generaciones), ambiental (de ambiente de respeto y olor a pelucas de colores) y eco-lógico (mecido en la economía de la lógica; con lo cual, muy económico...).
Regalito prometido para las cabezas de las que la llevábamos amueblada con la des-vergüenza, verdaderamente: Pulserita que ahora colgaré de mi muñeca, envasada en transparencias de lunares blancos, con virutas de brillo dorado que empapan una pequeñita cartulina azul que reza:
"Gràcies per no tindre vergonya ni conèixer-la!
Aquesta és la autèntica polseta d´estels de la Perruca de Luca. Serveix per trencar prejudicis i estereotips de gènere.
Intruccions d´ús:
1.- Obri la bolseta amb cura.
2.- Obri una finestra o ix al carrer.
3.- Tanca els ulls i demana un desig.
      Crida fort, és important que tothom t´escolte.
4.- Bufa amb força.

El vent s´emportarà la por".

Hace un ratín sacudía las virutitas y dibujaban brillos
distintos a cada golpecito sobre la tarjeta...

Un auténtico placer...!